Ahora ya estamos acostumbrados a intelectuales famosos; vivimos en la sociedad de los “opinadores” y tanto las tertulias como las redes recogen las últimas ocurrencias de quienes marcan, para bien o para mal, los temas importantes de la agenda pública. Pero ese fenómeno que para nosotros, situados como estamos a la sombra de los influencers, nos resulta tan habitual, no era corriente hace dos o tres décadas. En este sentido, podemos decir que Susan Sontag fue una mujer pionera al saltar desde las páginas de los magazines literarios y políticos de Estados Unidos al estrellato social. Culta y moderna, Sontag constituye el epítome de las modas y corrientes tanto filosóficas como culturales de la segunda mitad del siglo XX y acercarse a su trayectoria, con la exhaustividad con que lo hace su biógrafo, Benjamin Moser, ayuda a conocer de cerca esa encrucijada entre protesta, reivindicación y cultura que comenzó a finales de los sesenta y que todavía no ha terminado.
Como explica Moser, Sontag estuvo en un permanente conflicto consigo misma: hija de una madre alcohólica, madre de joven, siempre vivió en una lucha interior que su conocimiento del psicoanálisis no pudo paliar. Según su biógrafo, gran parte del problema fue sexual, pues no solo vivió promiscuamente, sino que, a pesar de ser consciente de su homosexualidad, se negó a hacerla pública. El lector asiste en este repaso por la dramática existencia de Sontag a la tragedia del desarraigo y no puede dejar de preguntarse por qué esta intelectual desprendía tanta inquina por los valores burgueses, especialmente por la familia tradicional, si no tuvo experiencia de ella.
Liberación: esa palabra puede servir como clave para entender la obra de Sontag, que, con un estilo erudito y lleno de referencias, se convirtió en modelo para los intelectuales que siguieron su estela. Si se quiere comprender la glamourosa influencia de la cultura de la costa este, de esas individualidades enfermizas que retrata Woody Allen en sus filmes, y cómo se ha ido fraguando la cultura identitaria, hay que leer este voluminoso libro que analiza los orígenes de uno de los principales buques insignias de la nueva cultura: The New York Review of Books.
Moser no olvida, en cualquier caso, señalar la importancia que adquirió Sontag en su tarea como crítica de la cultura, ayudando a rastrear la dirección de los nuevos movimientos artísticos y auscultando las modas estéticas. Recuerda, así, que uno de sus principales trabajos fue el de exponer a la opinión pública el gusto por lo estrafalario y kitsch, antes de que se convirtiera en algo popular. Asimismo, hay que destacar las reflexiones de Sontag sobre la fotografía, en línea con las de Walter Benjamin.
El libro es largo y a quien no encuentre interés en la historia intelectual de las últimas décadas tal vez le resulte tedioso el baile interminable de nombres y referencias. Pero ayuda a entender cómo se ha conformado la cultura de la protesta y la consagración del crítico como portavoz y líder político. Por esta obra, Moser ha recibido el premio Pulitzer, sin duda merecidamente, porque resulta impresionante el trabajo de investigación que ha realizado.