La lectura de esta novela sólo puede entenderse si comprendes desde casi la primera página que Amélie Nothomb es una loca, una loca maravillosa, pero loca al fin y al cabo. Con vocación de mártir atea se entrega con devoción a su Dios particular: Japón, por el que está dispuesta a renunciar a todo: su estabilidad mental, su estado anímico, su dignidad, conocimientos, inteligencia, vida personal y ambición profesional.
No podemos abandonar la sensación de encontrarnos ante una fanática, cuya determinación, tolerancia y paciencia infinita sólo pueden equipararse a la del científico, que convencido íntimamente de su particular descubrimiento, se autoinmola física y emocionalmente para demostrar al resto del mundo que está en lo cierto, llegando a convertir su vida en ciertos momentos en una macabra performance que la sitúa al borde del abismo entre la cordura y la enajenación mental.
Estupor y Temblores es quizás la novela más autobiográfica de la escritora belga. La acción se sitúa en el Tokio de los años 90, en pleno boom económico del Imperio del Sol naciente; Nothomb vuelve al país idealizado de su infancia- vivió allí desde su nacimiento en Kobe, hasta los cinco años de edad- para demostrarle al mundo, y sobre todo a sí misma, lo que más desea en lo más profundo de su corazón, que ella es en realidad japonesa. Para ello se prepara durante meses, perfecciona el idioma hasta conseguir hablarlo como nativa, y supera las pruebas de acceso de una multinacional de importación y exportación.
Una vez contratada en el departamento de contabilidad, Amélie inicia su particular descenso a los infiernos. Frente a la imagen de belleza y sofisticación del imaginario colectivo, nos descubre la cara más despiadada de un sistema laboral despótico y clasista, donde las mujeres tienen muy pocas posibilidades de medrar y donde los occidentales son vistos como bichos raros, maleducados, frívolos e inferiores mentalmente, casi al límite de la discapacidad mental.
Así, el periplo de la escritora nos descubre un sistema de castas donde la vulneración de los derechos humanos, las vejaciones y humillaciones están a la orden del día. Trata de colmar su deseo infantil de pertenecer a esa cultura doblegándose estoicamente a un maltrato que palidece ante la simple equiparación al mobbing– entendido a la manera occidental-.
Conocemos a gordos luchadores de Sumo, cuya repugnante gula inunda los pasillos de ese campo de concentración laboral, a pusilánimes jefecillos que miran para otro lado ante las injusticias constantes, a compañeras envidiosas, a empleados zombies…
Tras la lectura de Estupor y temblores– así es como el emperador del Sol Naciente exigía que sus súbditos se presentaran ante él- no extraña conocer que Japón sea uno de los países con una de las tasas más elevadas de suicidios y aunque la novela fue tachada de racista e incluso prohibida en el país su distribución y lectura, la novela no es otra cosa que la declaración de amor incondicional de una amante extasiada, obnubilada con el objeto de su deseo. Una enamorada que aún reconociendo los defectos más degradantes y vergonzantes de su amor, no puede por ello dejar de amarle.
Nothomb se muestra incapaz de abandonar esa relación tóxica, que termina por procurarle un placer bochornoso. No les falta razón a quienes asisten desolados al despelleje de esta compleja cultura milenaria y sin embargo, no puedo dejar de pensar que se trata de una carta de amor infinito.